Thursday, July 19, 2012

Javier Callejo: Arqueolog?a de la hipermodernidad: la farmacia

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Los ?ltimos tiempos de la modernidad tard?a avanzada vivieron el m?s feroz enfrentamiento entre los espacios f?sicos y los virtuales. Entre la resistencia de los primeros, por seguir mostr?ndose como el n?cleo de la realidad, y la comparativa ventaja econ?mica de los segundos. Enfrentamiento que dividi? a todos entre el afecto a los rincones y la l?gica de la eficiencia. Pues bien, uno de los principales campos de batalla fue el farmac?utico, el de la dispensa de medicamentos, hasta que se vio el fin de estas tiendas especializadas.

Pr?cticamente desde los inicios de la extensi?n de Internet, se acogi? con entusiasmo la compraventa de medicamentos o de sustancias que se hac?an pasar por medicamentos. No obstante, algunas se mantuvieron como muestra de un arte y saber medicinal, especialmente apoyado en el conocimiento de los efectos de flores y hierbas, o como memoria de un espacio lleno de paz, de la tranquilidad necesaria para la salud. Es el caso de algunas farmacias, que, en otro tiempo, estuvieron vinculadas a conventos, como ocurr?a en Florencia, y fueron visitadas durante mucho tiempo como vestigio del pasado.

Desde el inicio de la modernidad, la farmacia, entonces denominada botica, ocup? un lugar principal en el espacio local. Por un lado, era un modelo de una figura que despu?s se iba a extender en la propia modernidad, la del profesional. La de aquel que investiga, acumula conocimientos, pero siempre con un fin pr?ctico, inmediato: producirlo con sus manos para aplicarlo, con ellas mismas, a sus parroquianos, porque sus usuarios eran los vecinos que, al igual que al p?rroco, le confesaban cosas ?ntimas, sobre las que ten?a que guardar -y he aqu? otro de los dispositivos que despu?s tuvieron amplia extensi?n- el secreto profesional. La farmacia ha sido durante mucho tiempo el lugar p?blico de los secretos. Tal vez de aqu? ven?a su atractivo. Tambi?n de la atribuci?n, casi m?gica, de la capacidad de obtener salud donde antes hab?a veneno, como se?ala su s?mbolo ancestral, antes de que las cruces de ne?n verde se impusieran.

Relaci?n entre causa y efecto, secreto profesional, indagaci?n continua, acumulaci?n de conocimientos y, sobre todo, vocaci?n, que se sol?a transmitir por generaciones. De hecho, a?n quedan registros de carteles de farmacias encabezadas por: "Nietos de ....", "Herederos de...", en honor del fundador.

Como espacio, la botica fue un espacio liminar. Entre la esfera p?blica y la esfera privada. Una tensi?n que hizo que tal espacio quedase dividido, fragmentado, entre la tienda y la rebotica, entre el comercio y la producci?n, entre la dramatizaci?n en la esfera p?blica y la trama y tramoya de contubernios liberales en la trastienda. Sus paredes tambi?n guardaron secretos pol?ticos. Todo el pueblo sab?a que, all? detr?s, se conjuraban los poderes o los antipoderes locales. Entre la confesi?n, con sentimiento de culpa, y la rebeli?n, con deseos de cambio. Habermas se?ala que la opini?n p?blica burguesa y las revoluciones burguesas se fraguaron en los caf?s. Tal vez en las grandes ciudades. Pero las revueltas locales, donde se articulaban las fuerzas comunitarias, surgieron en la rebotica, en un espacio que sab?a del mundo, sus valores y principios, de la ciencia y de un saber aplicado, que cre?a firmemente en el progreso.

La racionalizaci?n burocr?tica lleg? tambi?n a la farmacia. Se dejaron de fabricar los ung?entos y los jarabes espec?ficos, as? como las revueltas. Todo fue dominado por medicamentes estandarizados, gen?ricos, sin personalidad y, sobre todo, por los grandes laboratorios. En muchos pa?ses, estos laboratorios acumularon grandes fortunas gracias a un estado del bienestar que les pagaba a ellos las medicinas que necesitaba la gente. ?Y las revueltas? En un mundo globalizado, tambi?n se fueron a los espacios digitales.

El estado del bienestar tambi?n hizo aguas. Sucumbi?. Y los laboratorios empezaron a prescindir de estos espacios. Y los farmac?uticos ya no supieron fabricar sus propias medicinas o se lo prohibieron, pues eran inc?moda competencia. Las medicinas se vend?an por Internet y llegaban a casa poco despu?s de solicitarlas. Es m?s, cuanto m?s se pagase por ellas, m?s r?pido llegaban. Se establecieron servicios "plus", "Premium", etc?tera, cuyo valor a?adido era la inmediatez con que llegaban los medicamentos. ?Y qui?nes no pod?an pagar estas tarifas especiales? A la cola en funci?n de su capacidad de compra, dejando en un segundo o tercer lugar la urgencia del dolor o la enfermedad. ?Qui?n ha dicho que el mundo digital es igualitario y democr?tico?

Los vecinos ya no ten?an la farmacia consejera, cerca de casa, a la que acudir. De nada sirvi? que algunas extendieran sus horarios a las 24 horas del d?a, o que incluso empezaran a desarrollar el servicio a casa, o que su oferta de productos se extendiese a algunos que poco o nada ten?an que ver con la salud o la higiene. La suerte estaba echada.

M?s art?culos del autor en: http://www.elpulso.es/blog/Javier-Callejo-Gallego.html.

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Source: http://www.huffingtonpost.com/javier-callejo/arqueologia-de-la-hipermo_b_1658330.html

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